sábado, 4 de septiembre de 2010

A Circe, Aviso

JULIO TORRI
A CIRCE
¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.


SALVADOR ELIZONDO
AVISO
La isla prodigiosa surgió en el horizonte como una crátera colmada de lirios y de rosas. Hacia el mediodía comencé a escuchar las notas inquietantes de aquel canto mágico.
Había desoído los prudentes consejos de la diosa y deseaba con toda mi alma descender allí. No sellé con panal los laberintos de mis orejas ni dejé qué mis esforzados compañeros me amarraran al mástil.
Hice virar hacia la isla y pronto pude distinguir sus voces con toda claridad. No decían nada; solamente cantaban. Sus cuerpos relucientes se nos mostraban como una presa magnífica.
Entonces decidí saltar por la borda y nadar hacia la playa.
Y yo, oh dioses, que he bajado a las cavernas de Hades y que he cruzado el campo de asfódelos dos veces, me vi deparado a este destino de un viaje lleno de peligros.
Cuando desperté en brazos de aquellos seres que el deseo había hecho aparecer tantas veces de este lado de mis párpados durante las largas vigías del asedio, era presa del más agudo espanto. Lancé un grito afilado como una jabalina.
Sabedlo, navegantes: el canto de las sirenas es estúpido y monótono, su conversación aburrida e incesante; sus cuerpos están cubiertos de escamas, erizados de algas y sargazos. Su carne huele a pescado.


SUBGÉNEROS DE LA NARRATIVA
Texto 1
Démeter y Perséfone o Ceres y Proserpina
Deméter y Perséfone -Ceres y Proserpina para los romanos- las diosas gemelas percibidas como madre e hija, representaban para los pueblos de la antigüedad los poderes de la naturaleza, su transformación y emergencia cíclica. Los Misterios de Eleusis que celebraban a estas Diosas eran ritos de pasaje destinados a personas adultas que proporcionaron un espacio sagrado para vivenciar nuevos estados de conciencia y una percepción de la vida que surge de la muerte.
Conocemos este mito por los poetas griegos de la segunda mitad del primer milenio a. C. que tomaron el mito de una tradición oral anterior, varios siglos después de las invasiones de nómades guerreros de las estepas caucásicas producidas durante la Edad de Bronce y de Hierro, conocidos como indoeuropeos. Estos pueblos invasores, aqueos y dorios, conquistaron la cultura de la Diosa agrícola e introdujeron reformas sociales y religiosas colocando a Démeter, Perséfone y otras deidades bajo la influencia de Zeus, Posidón y Hades, los dioses de los nómades. El mito de Deméter y Perséfone procede de una tradición agrícola pre-helena que adoraba a la Gran Diosa, la creadora primigenia en la Antigua Europa y Medio Oriente.
El culto a Deméter y Perséfone continuó en la cultura helena que emergió luego de las conquistas no sólo porque los nómades guerreros se asentaron en los poblados agrícolas que invadieron adoptando el estilo de vida sedentario sino porque la mentalidad sagrada de los dioses guerreros no poseía una cosmovisión tan desarrollada sobre los misterios de la vida, la muerte y el renacimiento. Pero, como veremos, adoptaron el mito y el culto con significativas variantes.
He aquí el relato de Ceres y Proserpina
Las versiones griegas cuentan que Hades, dios que rige en el Tártaro o Mundo de los Muertos secuestra a Core-Perséfone, la hija primaveral de Démeter cuando ella recogía flores en los campos acompañada de un cortejo de ninfas para hacerla su esposa a la fuerza.
En los relatos se destaca el dolor de Démeter, la diosa de la fértil Tierra ante la desaparición de su hija y su búsqueda desesperada. Ella abandona el Olimpo, la sede de los dioses y comienza a buscar a Core durante nueve días y noches, sin beber ni comer. En su peregrinaje la acompaña Hécate, la diosa de las Encrucijadas (o Anciana Sabia que con la Doncella y la Madre forma la Triple Diosa pre-patriarcal). Démeter se viste de negro en señal de duelo, transformando su belleza y esplendor divino en la imagen de una madre humana angustiada.
En su peregrinaje llega a la casa de la reina Metanira en Eleusis y es tomada como nodriza de Demofonte, hijo menor de la reina. En agradecimiento por la hospitalidad Démeter decide convertir al niño en inmortal colocándolo en el fuego sagrado. Pero la reina asustada interrumpe el proceso y la Diosa revela su verdadera identidad dando indicaciones para que se construya su templo en Eleusis donde se llevarán a cabo sus misterios sagrados. Además, entrega a Triptólemo, otro hijo de la reina, un carro tirado por serpientes y las semillas para que difunda uno de sus mayores dones: la agricultura. El joven principe había informado a Démeter sobre el rapto de Core presenciado por sus hermanos que vieron cómo se abría la tierra para que entrara un carro tirado por corceles negros. El rostro del conductor era invisible y con el brazo derecho sujetaba fuertemente a una muchacha que gritaba.
Con esa información, Deméter y Hécate van ante Helios, el dios sol "que todo lo ve" para que admita ante ellas quién es el raptor. Helios confirma la sospecha de Démeter: Hades, el hermano de Zeus es el secuestrador de Core. Démeter está tan indignada que deja de sustentar la vida, impidiendo que florezca sobre la tierra.
Zeus envía regalos y mensajes a Deméter para que deponga su actitud y acepte los hechos, es decir su voluntad y la de su hermano. Pero ella responde que la tierra seguirá estéril hasta que Core sea devuelta. Entonces Zeus ordena a su hermano que devuelva a Core, diciéndole que si no lo hacía "todos estaremos acabados". También le respondió a Démeter que su hija sería restituída siempre y cuando no haya probado la comida de los muertos.
Mientras tanto, en el Tártaro, Core llora contínuamente, negándose a comer o beber los manjares que Hades le ofrece. Ocultando su bronca por la noticia recibida de su hermano, Hades se acerca a Core y le comunica que él la dejará en libertad porque ve que es desdichada y su madre llora por ella. Entonces Core deja de llorar y acepta las semillas de una granada que Hades le ofrece. Finalmente, en Eleusis, Démeter se reencuentra con su hija abrazándola llena de alegría. Pero un testigo informa sobre la granada y Démeter se sintió muy desalentada al saber que Core había comido en el mundo de los muertos quedándo así vinculada a Hades. Entonces dijo: "No volveré al Olimpo ni anularé mi maldición sobre la tierra".
Desesperado Zeus instó a Rea, madre de Hades, Démeter, Zeus y demás dioses olímpicos, para que suplique a Démeter no cumplir su amenaza. Al final se llega a un acuerdo: Core-Perséfone pasará tres meses con Hades en el Tártaro y el resto del año con Démeter sobre la faz de la tierra. Hécate se encargará personalmente de la protección de Core ofreciéndose como garante para hacer que el pacto se cumpla.
Significaciones:
La amenaza de Demeter de dejar la tierra yerta e infertil hasta que su hija le fuera devuelta del Tártaro donde Hades la tiene secuestrada, revela el antiguo poder de la Gran Diosa como gobernante y legisladora de las leyes ecológicas y éticas. Pero la treta de la granada y los tres meses que Core-Perséfone debe permanecer en el Mundo de los Muertos como esposa de Hades es una metáfora patriarcal para que sea aceptada la supremacía de los dioses masculinos.
Los dioses y héroes invasores, además de someter a Demeter y Perséfone, persiguen, violan o matan a otras manifestaciones de lo divino femenino encarnado en ninfas, serpientes sagradas y sacerdotisas. En este sentido, los mitos griegos sirvieron para crear en la conciencia femenina la dependencia al varón y atemorizar a las mujeres con la violencia o la violación para que dejaran de actuar libremente como sucedía en época de la Diosa pre-patriarcal y así afirmar el dominio masculino en lo sagrado como en lo cotidiano. Por eso, para comprender la importancia de este mito de transformación cíclica necesitamos recuperar su visión original para percibir los valores que el mito puede aportar.

Texto 2
LA MULATA DE CORDOBA
La mulata de Córdoba: así llamaron las gentes a una mujer cuya vida transcurría en circunstancias tan misteriosas que no podía por menos de excitar la curiosidad de los cordobeses.
Es lo cierto que la mulata era una muy bella… Iba a decir joven; pero ¿quién podría calcular la edad de aquella mujer? Había nacido hacía tanto tiempo que ni el más viejo de los hombres recordaba cuándo la había visto por primera vez. Años y años pasaron sobre ella, y con ellos parecía aumentar su hermosura y lozanía. Su piedad y recato no eran menores que su belleza y no amenguaban lo más mínimo su atrayente ingenio y gracioso donaire. Muchos rondadores la cercaban; mas ninguno pudo jactarse de haber alcanzado el menor éxito, y cuentan que no pocos eran varones de alta calidad y envidiables prendas. Los cordobeses – y cordobesas – no dejaban de hacer cábalas sobre tan inexpugnable resistencia, y concluyeron por afirmar que la mulata había vendido su voluntad al diablo. Tal conclusión les permitió explicarse otros inexplicables misterios de la extraña mujer: su inagotable belleza, su vida retirada y, sobre todo, la procedencia de sus bienes y riquezas. La mulata vivía magníficamente; su casa era un palacio de ensueño. Mas nadie sabía de dónde le venían tan pingües recursos.
Pero todavía había más. Todos estaban conformes en admitir que la mulata era mujer para quien no había nada imposible. A ella acudían los enamorados, los esposos celosos y la novia que penaba la ausencia de su amante. Todos encontraban un consuelo o un consejo, cuando no les desvelaba, con sorprendente clarividencia, cualquier misterio. Y a los pobres y necesitados, ella les daba apoyo y les repartía bienes. Las gentes la admiraban. Bien pronto su nombre fue personalización del poder que excede lo humano. «¿Crees que soy la mulata de Córdoba?» era la fórmula que expresaba que una pretensión superaba lo factible.
Tan extraordinario poder se hermanaba con un desinterés también extraordinario. Y como uno y otro – acaso más el otro que el uno ¬ eran inconcebibles para las mentes sencillas de los buenos cordobeses, se dedujo una explicación sencilla y lógica: la mulata de Córdoba era bruja.
En aquellos tiempos, una reputación tal no podía mantenerse largo tiempo en el anonimato. Muy pronto intervino el Tribunal de la Inquisición. Sus emisarios se presentaron en casa de la mulata, la prendieron y se la llevaron, dejando un tanto malparado su arte nigromántico y adivinatorio. Cargada de cadenas y dentro de una jaula, fue trasladada a la capital, a México. Hasta el calabozo la acompañó la complacida expectación de un populacho insensible, que seguía con la mirada a aquella noble figura aureolada de imperturbable y dulce serenidad, que avanzaba hacia un destino tan trágico como injusto.
Su proceso duró largo tiempo. La primera providencia que se tomó fue la confiscación de todos los bienes. Después se procedió a la revisión de la causa y se pronunció la fatal sentencia. Aquella mujer caritativa y piadosa fue condenada al Auto de Fe. Y, en último escarnio, se pretendió que, junto a ella, fueran ejecutados numerosos herejes y hechiceros de toda índole.
Ya se alzaba en la Plaza Mayor, en el Quemadero, el tinglado de la trágica farsa. Mas la mulata, no queriendo defraudar a los que mantenían enconadamente el pabellón de su brujería, vino a última hora a darles la razón. El día anterior a aquel en que había de tener lugar el Auto de Fe, el carcelero entró muy de mañana en la celda de la prisionera, para darle el desayuno. Encontró a la mulata de pie, serena y apacible, como siempre. Un precioso vestido de ricas telas le caía hasta, los pies; espléndidas joyas realzaban su belleza. Sonrió graciosamente al carcelero y le mostró un barco que aparecía dibujado en la pared: sus velas estaban hinchadas, como a impulsos de impaciente viento, y el mar, hendido por potente proa, lamía, benigno, los costados del navío.
- Decidme, ¿qué necesita este barco para ser perfecto?
El guardia, reponiéndose de su asombro, le respondió:
- ¡Mujer desdichada, tú eres la que está muy lejos de ser perfecta! En cuanto a ese barco, está tan perfectamente bien dibujado que lo único que le falta es que navegue.
- Pues eso mismo va a hacer, dijo la mulata, ¡y muy lejos!
El guardia la miró, atónito, y luego miro a la nave.
- ¿Cómo puede ser posible? – preguntó.
Se acercó la mulata a la pared, alzó con leve y alada delicadeza la falda de su vestido y, ante la sorpresa del guardia, saltó airosa al barco. Saludó al asombrado carcelero desde la borda. El buque iba tomando cuerpo y su blanca masa se desprendía del muro; avanzó apacible, hasta perderse en la lejanía. Un blanco pañuelo, agitándose a lo lejos, despedía al estupefacto vigilante, que no acertaba a articular palabra.








Texto 3
LA EPOPEYA

PASAJES DE LA ILÍADA DE HOMERO

Aquiles contra Héctor en la Guerra de Troya. Uno de los momentos estelares de aquella larga guerra que enfrentó a los Griegos contra los Troyanos.
ANTECEDENTES

La guerra de Troya fue un conflicto bélico en el que se enfrentaron una coalición de ejércitos aqueos contra la ciudad de Troya (también llamada Ilión), ubicada en Asia Menor. Según el mito, se trataría de una expedición de castigo por parte de los aqueos, cuyo casus belli sería el rapto (o fuga) de Helena de Esparta por el Príncipe Paris de Troya. Esta Guerra fue narrada en un ciclo de poemas épicos de los que sólo dos han llegado intactos a la actualidad, la Ilíada y la Odisea, atribuidas a Homero. Es en la primera de ellas, La Ilíada, donde se nos describe el episodio del que hablamos hoy.


El Inicio de la Guerra
La armada aquea arribó a las playas de Troya, donde se encontró con gran parte del ejército troyano esperándola.

El oráculo profetizó que el primer griego que pisara tierra en la guerra de Troya sería el primero en morir. Protesilao, líder de los filaceos, satisfizo esta profecía. Héctor lo mató, y Laodamía, esposa de éste, se suicidó a causa del dolor.
Tras una batalla en la playa, los aqueos lograron imponerse. Entre otros, Aquiles mató a un hijo de Poseidón, Cicno, que luchaba en las fuerzas de Ilión. Cicno era invulnerable a las armas y Aquiles lo estranguló.


Los griegos sitiaron Troya durante nueve años. Las tropas griegas saquearon varias ciudades cercanas y, en el reparto del botín, Agamenón tomó como esclava a Criseida, hija de Crises, sacerdote de Apolo. Cuando Crises intentó pagar su rescate, fue maltratado, así que pidió a Apolo que castigase a los griegos, y la armada fue azotada por una plaga.

El oráculo emitido por Calcas dijo que la plaga solo cesaría si Agamenón devolvía a Criseida a su padre. Enojado por esto, y con Aquiles (que garantizó el cumplimiento del oráculo), Agamenón aceptó devolver a Criseida pero a cambio tomó a la concubina de Aquiles, Briseida.
Aquiles y Agamenon discutieron y Aquiles se negó a luchar.

Aunque los griegos estaban destinados a ganar la guerra, Aquiles pidió a su madre Tetis que intercediera ante Zeus para asegurarse de que a los griegos les fuese mal hasta que Agamenón se disculpase ante él. Los siguientes días los griegos fueron duramente castigados en la batalla y los principales guerreros, salvo Áyax, fueron heridos gravemente. Los troyanos, liderados por Héctor, avanzaban sin parar sobre las posiciones griegas.

La Confrontación y el destino de ambos:

La batalla se trasladó al interior del campamento griego. Héctor es alcanzado por una piedra arrojada por Áyax, pero Apolo le infunde fuerzas. Finalmente, Héctor llega hasta la nave de Protésilas y ordena incendiarla, pero Áyax hace fracasar todos los intentos.

Ante la peligrosa ofensiva troyana, las esperanzas griegas se reducen a que Aquiles retorne a la lucha. Sin embargo, el héroe griego se mantiene renuente a pesar de las súplicas de sus aliados, por lo que su amigo Patroclo decide vestirse con la armadura de Aquiles y ponerse al mando de los mirmidones. Durante la lucha, Patroclo es herido por Euforbo y muerto por Héctor.

Héctor toma la armadura de Aquiles y ordena la retirada del combate, evitando combatir contra Áyax por el cuerpo de Patroclo. Al enterarse de la muerte de Patroclo, Aquiles clama venganza y acepta volver a la lucha.

Mató a Héctor y arrastró su cuerpo atado a su carro rodeando Troya por tres veces. Se negó a devolverlo a los troyanos para los ritos funerarios hasta que Príamo en persona fue a suplicarle que lo devolviese, con lo que se ablandó y declaró una tregua de doce días mientras durasen los funerales de Héctor.


EL final de AQUILES
Poco después de la muerte de Héctor, Aquiles venció a Memnón de Etiopía y a la amazona Pentesilea. Fue muerto por Paris por una flecha en su talón dirigida por Apolo durante una tregua, único lugar vulnerable de este, ya que cuando nació, su madre Tetis intentó hacerle inmortal sumergiéndolo en el río Estigia, pero no logra mojar el talón por el que le sujetaba, dejando vulnerable ese punto. Sus huesos fueron mezclados con los de Patroclo para los rituales funerarios.
Aquiles simboliza el ímpetu de la juventud
y personifica el ideal de la amistad.
Aquiles fue el más importante de los héroes griegos de la guerra de Troya: joven ardoroso fuerte, su carácter es esencialmente belicoso. Frente a Ulises, que es su opuesto en carácter debido a que simboliza la astucia y la inteligencia pragmática, Aquiles personifica el ímpetu y la audacia espontánea. Es hijo del rey Peleo y la diosa Tetis, la joven. Pero,
como su padre, Aquiles es mortal. Dos leyendas relatan la causa de esa mortalidad: en la primera, Tetis trata de inmunizar a su hijo sumergiéndolo en el río Estigia; consigue hacerlo invulnerable en todo su cuerpo, exceptuando el talón por donde lo sujetaba.
La segunda versión cuenta que Tetis, a escondidas, exponía a su hijo al fuego y luego le curaba las heridas con ambrosía, cuando fue sorprendida por Peleo. Cuando Aquiles era un muchacho, el adivino Calcas profetizó que la ciudad de Troya nunca podría ser conquistada sin su ayuda. Su madre, Tetis, sabía que si su hijo iba a Troya, moriría, así que envió a su hijo a la corte de Licomedes, donde permaneció escondido por algún tiempo, disfrazado de mujer. Durante este tiempo se enamoró de la hija de Licomedes, y tuvo un hijo, Neoptolemo. Sin embargo, fue descubierto por el astuto Ulises, que se presentó como mercader y exhibió entre las mercancías, una armadura. La única "doncella" que se entusiasmó con
las armas fue Aquiles, que decidió partir voluntariamente con Ulises hacia Troya, como jefe de los Mirmidones, y acompañado de su amigo Patroclo. En la guerra se distinguió como un luchar infatigable. Conquistó 23 ciudades en territorio troyano, incluída Lyrnessos, donde obtuvo a Briseida como trofeo de guerra. Más tarde, Agamenón, el jefe de todos los griegos, fue forzado por un oráculo a desprenderse de su esclava Criseida, y tomó Briseida de Aquiles, que se retiró a su tienda enfurecido, jurando no luchar más. A partir de este momento los troyanos tomaron la ofensiva, y los griegos comenzaron a retroceder hacia el mar. Aunque rehusó salir al combate, permitió a su amigo Patroclo salir con sus propias armas. Al día siguiente, el troyano Héctor, mató a Patroclo creyendo que era Aquiles, y le despojó de su armadura. Símbolo de la impetuosidad, combatividad e irreflexión de la juventud, Aquiles se irrita fácilmente: cuando se siente humillado por Agamenón, abandona la lucha, aun sabiendo que su ausencia del campo de batalla acarrearía grandes pérdidas a los griegos. Y sólo regresa al combate para vengar la muerte de Patroclo. Patroclo es el gran amigo de Aquiles, desde la infancia. Se educaron juntos y viven todas sus aventuras en común. La amistad es un elemento muy importante en este mito.
Para los antiguos griegos, la amistad entre hombres era una virtud, encarada como un verdadero ideal. Tal admiración por la amistad masculina es explicada por la posición social inferior de la mujer. Aquiles, enfurecido por la muerte de su amigo, obtuvo de su madre una nueva armadura forjada en la fragua de Vulcano, y salió al campo de combate, donde mató a Héctor, arrastrando su cuerpo atado a su carro en torno a los muros de Troya, sin permitir que tuviera los ritos funerales. Sólo cuando Príamo, el padre de Héctor y rey de Troya, vino en secreto a entrevistarse con Aquiles, éste le devolvió el cuerpo del héroe, en uno de los pasajes más emotivos de la Ilíada.
Continuó luchando, derrotando una y otra vez a los troyanos y a sus aliados, incluida la guerrera amazona Pentesilea. Finalmente, Paris, hijo de Príamo, con la ayuda del dios Apolo, hirió a Aquiles con una flecha en su único punto vulnerable, el talón. Aquiles murió de la herida.
Después de su muerte hubo una disputa por su armadura, y se decidió otorgarla al más bravo de los griegos. Ulises y Ayax compitieron en la final, cada uno con un discurso explicando por qué se lo merecían más que nadie. Ulises ganó, y Ayax perdió la razón y se suicidó.
Texto 4. La fábula
La sirena inconforme
[Cuento. Texto completo]
Augusto Monterroso
Usó todas sus voces, todos sus registros; en cierta forma se extralimitó; quedó afónica quién sabe por cuánto tiempo.
Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo que podían hacer, de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más su ingenio, y con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar.
Ésta no; ésta luchó hasta el fin, incluso después de que aquel hombre tan amado y deseado desapareció definitivamente.
Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve.
Al regreso del héroe, cuando sus compañeras, aleccionadas por la experiencia, ni siquiera tratan de repetir sus vanas insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y persuadida de la inutilidad de su intento, sigue cantando.
Por su parte, más seguro de sí mismo, como quien había viajado tanto, esta vez Ulises se detuvo, desembarcó, le estrechó la mano, escuchó el canto solitario durante un tiempo según él más o menos discreto, y cuando lo consideró oportuno la poseyó ingeniosamente; poco después, de acuerdo con su costumbre, huyó.
De esta unión nació el fabuloso Hygrós, o sea “el Húmedo” en nuestro seco español, posteriormente proclamado patrón de las vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan por las cubiertas de sus vastos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras causas perdidas.
FIN
Texto 5
La mosca que soñaba que era un águila
[Minicuento. Texto completo]
Augusto Monterroso
Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba que era un Águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes.
En los primeros momentos esto la volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes; bueno, que todo ese gran aparato le impedía posarse a gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra los vidrios de su cuarto.
En realidad no quería andar en las grandes alturas o en los espacios libres, ni mucho menos.
Pero cuando volvía en sí lamentaba con toda el alma no ser un Águila para remontar montañas, y se sentía tristísima de ser una Mosca, y por eso volaba tanto, y estaba tan inquieta, y daba tantas vueltas, hasta que lentamente, por la noche, volvía a poner las sienes en la almohada.
FIN
Texto 6
El león y el ratón
Esopo
Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió éste que le perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a reír y lo dejó marchar.
Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al lugar y royó la cuerda, dejándolo libre.
-- Días atrás -- le dijo --, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos.

Texto 7
La cigarrra y la hormiga
Jean de Lafontaine
Cantó la cigarra durante todo el verano, retozó y descansó, y se ufanó de su arte, y al llegar el invierno se encontró sin nada: ni una mosca, ni un gusano.
Fue entonces a llorar su hambre a la hormiga vecina, pidiéndole que le prestara de su grano hasta la llegada de la próxima estación.
-- Te pagaré la deuda con sus intereses; -- le dijo --antes de la cosecha, te doy mi palabra.
Mas la hormiga no es nada generosa, y este es su menor defecto. Y le preguntó a la cigarra:
-- ¿Qué hacías tú cuando el tiempo era cálido y bello?
-- Cantaba noche y día libremente -- respondió la despreocupada cigarra.
-- ¿Conque cantabas? ¡Me gusta tu frescura! Pues entonces ponte ahora a bailar, amiga mía.